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…de tu aliento, y más.

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Suavemente abracé el picaporte, sin el temor que mis signos digitales se impregnaran en la  nitidez del bronce, ahumado al estilo colonial, ofendido por la grasa de mi faena bajo 5 coches cuyas   marcas no recuerdo, los que apenas vi en horizontal inerte.  Giré a la izquierda los 83 grados necesarios para el gutural crujido del pasador, que de inmediato expulsó un halo fresco del ambiente interno, un contraste al mortal calor del Valle del Río Rímac, en cuya oscuridad se extraviaba el nuevo hotel, avejentado a la brava con el medio siglo inútilmente pretendido en un estilo de la construcción original.

27 grados de apertura fueron suficientes para que la tenue luz interna iluminara mis ansiosos pómulos, para meter más que la nariz dentro de aquel cuarto que borboteaba a sudor, como de yegua desarrollada en las fincas de joven palma africana.  Entreabrí a 49 grados, 52, 58.5 y casi pasé, me bajé el sombrero gris estilo pescador, sentí el hielo interno en mis sudadas sienes, en mi pelo mojado de 16 horas de literal trabajo a forza.

Al fondo, podía ver los entrecortados brillos de tus rizos, ratos dorados, ratos marrón, tirando a rojo, a tornasol.  Apenas si eso, el resto solo la silueta de una real sirena bajo una blanca sábana cuyo modelo digital torneaba tu escultura, balanceando los 18 grados de acondicionamiento de los suficientes 8 BTU.  Con delicadeza, sellé la puerta tras mis espaldas, y solté la maleta Targus sin misericordia al suelo, tronó el disco duro externo que seguro estaba al fondo, poco o nada importó.  De allí en adelante sentí como tu frío nivelaba mi calor, me llamaba sin decir nada, me empujaba diciéndome ¡ven de una vez!, casi podía sentir tus palabras en cada poro de mi piel.  5 metros, cuatro, tres, en caída como las prendas de mi exceso.

Luego, mis ojos se acostumbraron a la penumbra de tu trazo, pude ver ese corpiño en beige brillante, encerrando dos motivos suficientes para el alma, en boceto suave como lápiz 4H remarcados con plumón a lo perverso.  Con realce obvio, sobresalían en pequeñas protuberancias las cúspides a medio trópico, alineados con los planetas del momento, de la última media hora de espera, de los 23 mensajitos logarítmicos, inversamente proporcional a la distancia.  A un cuarto de altura, la sábana cubría el resto, dejando a la imaginación ese hueso torneado que conforma tu cintura, y tus piernas en un cierre al final de pies en uno.

Caminé, sentí tu aliento cerca cuando tomaste mis mejillas, raspaste mi barba puntuda, cuando tomaste mi camisa y halaste hasta llegar tan cerca que hasta juro vi un carbunclo en brillo.  El sabor de tu confite menta se pegó a mis labios, y sentí en mi alma el aliento de tu aroma, mezclado con el inexorable sabor de tus pupilas que se escondieron tras cortinas de pestañas tiernas.

Imaginé dentro de mis ecos, el descenso gradual de tu perfume, por tu espalda, por tu vientre, por tu vida.  Imaginé el latido fuerte de tu sangre, en tus labios, en tus ojos, en mis sienes.  Sentí real como dolor de tuétanos muy adentro, como ganas de llorar, de reír, de morir.  Imaginé tu aliento, tu rostro, tu silueta, desde la puerta, si se abriera…

Toqué de nuevo el picaporte, toqué de nuevo la madera, volví a mi habitación, y puse los pies sobre la tierra por tercera y última vez. 

Fu consciente de la eterna y única verdad.  No llegaste.

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