La chica hizo una pirueta, se volvió hacia él, se acercó, se agachó, y lo vio a 34 centímetros. Entonces él supo que era ella, los mismos ojos…
Era una noche rutinaria, de trabajos forzados en la oficina. Días aquellos en que la itinerante música de U2 sonaba en el teclado del Chamaco, que traía incluidos parlantes con Suround, allá al fondo, Raúl con los audífonos movía la cabeza al ritmo de Arjona y su campeón de la rutina; mientras los merengues de Jorge se disolvían entre los cubículos, más allá, cada quien se hundía hasta las 9 de la noche tratando de vectorizar lo que sus ojos cansados podían fotointerpretar.
Pero ese día era especial, jugaba la selección nacional otro partido más –o menos, nunca se sabe-, así que los más parranderos convencieron al jefe de variar la semana, pasar por un bar nocturno a ver la goleada, allá por la zona selecta de las gringas de Palmerola. No era común que él nos acompañara, como jefe siempre se mantenía al margen, pero como amigo era confianzudo al extremo, se entrometía hasta en temas que no debía.
Partimos, caminata de chistes, sangrones, crueles, pero agradables ante la sensación que no habrían más vectores por ese día –y noche-. Raúl se contó el mismo episodio, cuando le botaron los mapas a la basura, Juan el de los mapas mojados en las vistas públicas el día de vacunación canina, yo la misma que me sabía, que apenas me causaba risa a mí mismo por ser humor de los cincuenta.
Llegamos a un antro, que por fuera parecía casa de habitación, tras pasar la puerta el ambiente cambió. El chamaco que tenía experiencia en esos transes, se puso de acurdo con el gorilón de la entrada, nos llevó por un pasadizo hasta un auditorio con luces giratorias, gente sentada en butacas de tres, un escenario triangular con un tubo vertical al centro y una horizontal al extremo, por las gradas. Pagamos compañía de mosto en una cubeta fría, que incluía unas fichas plásticas para piruetas especiales.
El partido, aburrido. A mitad del segundo tiempo llevaban a la selección 4 a 1, y con pocas señales de supervivencia. Desde un estrado extremo, un animador anunció que llegaba la hora de ponerle sabor al partido. De inmediato la gente se apiló a la barra, empezó a dar aplausos fuertes en un ritmo que no tenía nada que ver con la canción de BonJovi que venía de fondo. Y así, una a una, fueron pasando tres chicas, cada una, con una rutina similar. Plataformas de 4 pulgadas, trapos provocadores. Una canción movida, luego las luces bajaban y una canción romántica llevaba a la chica al ritmo de aplausos, entre más, menos ropa, mientras algunos desesperados gastaban su ficha de primera intención.
Pero cuando llegó la cuarta chica, el panorama cambió. Mi compañero de a lado se puso un tanto nervioso, desde que la chica subió, tomó el limón y se lo exprimió en la boca con energía, luego se acomodó en la butaca y pareció que le dieron vuelta algunos engranajes dentro de las sienes. Con boca abierta como Pac-man babeó, miró a la potranca dar vueltas sobre la barra, secarla con una servilleta que le ofreció un chavo en el otro vértice, y así se gastó la canción de Carlos Vives, con impecable estilo.
Pude ver los párpados de mi amigo bajarse hasta la mitad, como Garfield, luego los crispó, vidriosos como canicas húmedas. Las luces bajaron, e inició la inmortal canción de Def Leppard: Love bites.
When you make love, do you look in the mirror?
Who do you think of, does he look like me?
Pero su sensación no era de gusto inmediato, pues hubiera puesto la ficha en sus dientes tan pronto como iniciara el round, más bien parecía ir y venir en un columpio de tiempo, que en la tangente suroeste le sacudía el saco y reaccionaba en pequeños movimientos de cabeza. Sus recuerdos debieron estar volando a ese primer año de universidad, cuando una mochila y cuadernos eran todo lo que se ocupaba para sobrevivir.
Do you tell lies and say that it´s forever
Y entonces, tuve la impresión que él estaba viendo en aquellos ojos, un rostro familiar, quizá le traía la remembranza de un amor de antaño, antes de las hipotecas de esta vida. Poco le importó saber que estaba disminuyendo su ropaje, eran sus ojos y una sonrisa escondida que le traía –y le llevaba– a un hito distante, en un latido atrás de aquel edificio de Ingeniería Industrial, tan lejos como la órbita de la constelación GLONASS pero tan cerca como la captura de su fase portadora.
Do you think twice or just touch ‘n’ see
Sus ojos daban vueltas en quiebres agudos, pero no en los 10 metros de arista del equilátero, estaba mucho más allá. Entonces sintió como que una capa se le salía de la epidermis, una, otra, otra vez, en piel de gallina. Mientras la chica mostraba sus dotes de ensueño, los aplausos sonaban y ella se colgaba del tubo en una sudada media vuelta. ¡Espectacular!
I don´t wanna touch you too much baby
Cos makin’ love to you might drive me crazy
La chica cerró la tijereta, cubriéndose la vida con una mano, se volvió hacia él, se acercó, se agachó, y lo vio a 34 centímetros. Juraría que entonces él supo que era ella, los mismos ojos, los de la chica parecieron chocar también, se retiró y regresó a su show. Entonces él la persiguió con los ojos hasta el cansancio, ella esquivó mientras pudo pero la distancia no hizo más que facilitar su vista fotogramétrica y finalmente la quijada se le cayó como gaveta.
I don´t think that love is the way you make it
Tras un par de miradas penetrantes, que parecían hacer fusión en el aire, ella no pudo terminar la canción, hizo un ademán para contentar a su público, dio la vuelta y se acercó a las gradas. Medio público le gritó que lo terminara, pero ella ya estaba siendo ayudada por el coime, que le brindó sus prendas superiores, las únicas que pudo quitarse y la llevó por un extremo de la barra. El animador disimuló todo, hizo el primer llamado a todas las chicas y pidió aplausos para la gran Pamela.
So I don´t wanna be there when you decide to break it
Love bites love bleeds – it´s bringing’ me to my kneeds
Love lives love dies – it´s no surprise
Love begs love pleads – it´s what I need
La chica pasó por el lado, lo miró a los ojos, le tomó la mano y le dio un beso en la mejía y le susurró algo entre dientes. Luego se fue. Pude ver en sus lindos ojos tres quintos de lágrima, yo estaba desconcertado, aturdido y no sabía exactamente que pensar. Absolutamente nadie sabe que decirle a un amigo, que de repente en un paseo nocturno se encuentra a una distancia de un 34 centímetros de unos ojos que parece conocer en distancias mucho más cortas.
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Años mas tarde me confesó, que convenció al coime de llevarse a la chica esa noche. No me contó más detalles hasta que lo leí en su estado de Facebook, que no ha cambiado en mucho tiempo.
Aquella noche, estabas allí. Eran tus ojos, tus labios, estabas allí. Era tu sonrisa, tu tatuaje, tu sudor, estabas allí.
En la mañana vi tus ojos de nuevo, lindos, tu sonrisa, preciosa, pero no era tuyo. No estabas allí.
Solo estás en todas partes.